Canto II
un mundo poblado por seres que no vemos
La Ciudad de México está habitada por una gran diversidad de seres no-humanos con los que convivimos cotidianamente. Hemos alimentado culturas donde el día con día se nos pasa, sin prestar demasiada atención a estos otros seres; testigos silenciosos de vidas humanas que apresuran su paso. Ellos nos acompañan detrás de un velo perceptual que filtra lo que participa activamente de “nuestro mundo”.
Avanzar un corte en este velo, y reclamar la importancia de construir cotidianos urbanos entretejidos con vidas más-que-humanas. Aterrizar en nuestro territorio, apuntar hacia las posibles relaciones con quienes nos acompañan.
Avanzar un corte en este velo, y reclamar la importancia de construir cotidianos urbanos entretejidos con vidas más-que-humanas. Aterrizar en nuestro territorio, apuntar hacia las posibles relaciones con quienes nos acompañan.
Gracias a su adaptabilidad y generosidades ecosistémica, la especie de árboles llamados Tepozán, Palo de Zorro, Lengua de Vaca o Buddleja cordata, proporcionan inmensos beneficios para la vida citadina, concediendo bondades como: el resguardo y la apreciación del agua, el desarrollo de raíces intrépidas, que se abren paso en el suelo para evitar las erosiones eólicas y antrópicas, y hermosas sombras para resguardarnos del sol.
Voltear hacia
como un gesto de conexión.Anexo:
Del cambio ontológico
Cuando nos fuimos a estados unidos mi madre se quedaba horas en su laboratorio aprendiendo a usar el microscopio electrónico de barrido. Se quedaba horas tomando fotografías cuya función analítica poco a poco se iba disolviendo. Así nació el gozo estético de lo desconocido.
Cuando no hay palabras para nombrar al mundo la percepción se va ajustando. La recubre el asombro, buscando en la memoria referencias para hacer sentido de aquella amalgama de posibilidades, de flujos. Y es que el infinito se extiende en todas direcciones. Miramos con asombro la inconmensurable refracción de obscuridad y estrellas. Igual de profundo se siente el salto hacia el abismo de lo minúsculo. ¿Cómo es que nuestras células se organizan de esta forma y no de otra? ¿Cómo es que la vida, con las mismas células, se hace de formas tan distintas? ¿Cuán lejos llega este abismo que llevo dentro? De pronto y sin avisar, este mundo nos des-orienta, exigiendo un cambio de ojos que se aferran a nuestros cuerpo, nuestras expectativas y nuestras certidumbres. Se aferran a las narrativas sapientes que valorizan nuestras vidas. Nos resistimos al desarraigo de los domicilios seguros, estables, conocidos[1], como si fuera la vida misma quién se nos escapa entre los dedos.
Tememos perder la piel, el abrazo de aquellas formas de amor, de conocimiento, de poder, donde erguimos nuestro consuelo ante la intemperie del mundo.
Vivir con lo que hacemos
Yo hago imágenes para quererlas.
Para darles amor.
Quiero poder vivir con ellas.
Acompañarnos en este transcurso de tiempo que somos.
Flotar juntas en el vacío,
que nos proyecta a setecientos veinte mil kilómetros por hora,
hacía una expansión que desconocemos,
y que quizás ni siquiera exista aún.
[1] val flores, Romper el corazón del mundo: Modos fugitivos de hacer teoría, Continta me tienes, Buenos Aires, 2021, p. 92